4 de octubre de 2014

Madrigal triste

 
¿Qué me importa que seas casta? Sé bella y triste.
Las lágrimas aumentan de tu faz el encanto. 
Reverdece el paisaje de la fuente al quebranto; 
La tormenta a las flores de frescura reviste. 
 
Eres más la que amo si la melancolía
Consterna tu mirada; si en lago de negrura 
Tu corazón naufraga; si el ayer su pavura 
Tiende sobre tus horas como nube sombría. 

 
Eres la bien amada si tu pupila vierte
-Tibia como la sangre- su raudal; si aunque blanda 
Mi caricia te arrulle, lenta y ruda se agranda 
Tu angustia con el trémulo presagio de la muerte. 

 
¡Oh voluptuosidades profundas y divinas!
¡Salmo de los deleites entonado en sollozos! 
Tus ojos, como perlas, son fuegos misteriosos 
Con que las interiores penumbras iluminas. 

Tu corazón es fragua; la pasión insepulta
Como ascua inextinta, dispersa su destello; 
Y bajo la celeste blancura de tu cuello 
Un poco de satánica rebeldía se oculta. 

Pero en tanto, adorada, que no pueblen tus sueños
Pesadillas sin término, reflejos avernales, 
Y en lívidas visiones de azufre mil puñales 
Tajen tu carne ebria de filtros y beleños, 

Y a todas las quimeras pávidas esclavizadas
El augurio funesto mires a cada paso, 
Y convulsa te acojas al letárgico abrazo 
Del tedio irresistible que anuncia la alborada. 

Tú no podrás, oh sierva que me impones tu ley
Y a tu amor me encadenas perversa y temblorosa, 
Decirme desde el antro de la noche morbosa, 
Con el alma en un grito: "yo soy tú mismo, ¡oh rey!" 

Autor: Charles Pierre Baudelaire



 

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